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5 Septiembre 2010
MADRID (05/09/2010). ©© Redacción de Historia del periodismo (Equipo de RHP)
El diccionario define la "xenofobia" como «el miedo, odio, rechazo y recelo hacia las cosas extrañas, extranjeras o hacia la gente de fuera».
La Real Academia Española (RAE) de manera sucinta, pero menos encubierta, añade los sentimientos de "hostilidad" y "repugnancia", cuando pretende definir esta animadversión contra una presunta plaga endémica, que -según el sociólogo e historiador estadounidense, Immanuel Wallerstein- puede infectar en ocasiones a un número de personas, en cualquier parte del mundo: «la xenofobia es odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros».
Y es que, según comprobamos a diario, parece que «actualmente asistimos a una de esas ocasiones», añade. «En el mundo moderno, la lealtad más fuerte es aquélla que se brinda al Estado del cual es uno ciudadano». A esto se le llama "nacionalismo" o "patriotismo". Evidentemente, hay muchas situaciones diferentes en las que la gente expresa sus sentimientos nacionalistas.
Por ejemplo, en una situación colonial, el "nacionalismo" se expresa como la exigencia de liberarse del poder colonial. De igual modo, parece asumir formas similares en lo que algunos denominan "situación semicolonial", en la que un país es técnicamente soberano, pero vive bajo la sombra de un Estado más fuerte, lo que lo hace sentirse oprimido.
Aparte, existe otro tipo de nacionalismo: el del Estado fuerte, que se expresa como una afirmación de superioridad técnica y cultural, cuyos promotores sienten el derecho de imponer sus puntos de vista y valores a los Estados más débiles. En cierto modo, «podemos aplaudir el nacionalismo de los oprimidos como algo valioso y progresista; y podemos condenar el nacionalismo opresivo de los fuertes como retrógrado y sin valor», señala Wallerstein.
Sin embargo, «hay una tercera situación en la que un nacionalismo xenófobo levanta la cabeza». Es aquella en que la población de un Estado siente o teme que puede estar perdiendo fuerza, y de algún modo sufre decadencia. «Ese sentimiento de decadencia nacional es inevitablemente exacerbado, en lo particular, en épocas de grandes dificultades económicas, como en las que se encuentra el mundo hoy día».
De hecho, «no nos sorprende que la xenofobia haya comenzado a jugar un papel que crece en importancia, en la vida política de los estados, por todo el mundo». Lo vemos, por ejemplo, en Estados Unidos, donde «el llamado "Partido del Té" quiere recuperar el país para restaurar America y su honor». En un mitin, celebrado en Washington el 28 de agosto, el organizador, Glenn Beck, dijo: «Para ser honestos, conforme miro los problemas de nuestro país, pienso que el aliento caliente de la destrucción resopla en nuestro cuello. Para fijar la imagen políticamente, no es algo que yo vea en todas partes
».
En Japón, una nueva organización, el Zaitokukai, rodeó una escuela primaria coreana en Kyoto en diciembre del pasado año, exigiendo expulsar a los bárbaros
. Su líder dijo «que modeló su organización según el Partido del Té», y compartió su sensación de que «Japón sufre ahora una pérdida de respeto en el escenario mundial y que va en la dirección equivocada».
Europa, como sabemos, ha visto que, en casi todos los países, surgen partidos que buscan expulsar a los extranjeros y recuperar el país para los llamados verdaderos ciudadanos, aún cuando dilucidar sobre cuántas generaciones de linaje continuo se requieren para definir a un verdadero ciudadano sea una cuestión elusiva.
Tampoco está ausente el fenómeno en los países del Sur de América Latina, pasando por África y Asia. No tiene cabida expresar las múltiples y repetidas instancias de cuándo y dónde lanza su hegemonía la xenofobia. Lo más importante es saber qué hacer -si es que algo se puede hacer-, para contrarrestar sus perniciosas consecuencias.
Hay una escuela del pensamiento que esencialmente pretende argüir que «uno tiene que mediatizar las consignas, repetirlas de manera diluida, y simplemente esperar el momento cíclico en que la xenofobia haya muerto porque mejoraron los tiempos económicos». Ésta es la línea de lo que se podrían llamar partidos de derecha y centro-derecha dentro del poder establecido (establishment, por sus siglas en inglés).
Pero, ¿qué hay de los partidos de izquierda o centroizquierda? «La mayoría, no todos, parecen cohibidos. Parecen temerosos de que de nuevo se les pueda acusar de antipatriotas
o cosmopolitas
, y se preocupan de que posiblemente serán barridos por la marea», aún si la marea amaina en el futuro. Así que, «hablan débilmente de valores universales y de compromisos
prácticos», dice el científico social histórico estadounidense. ¿Acaso esto los salvará? Quizá, algunas veces, pero con frecuencia no. Lo normal es que sean barridos por la marea, hasta que se unan a ella.
La historia anterior de los partidos fascistas está repleta de muchos líderes de izquierda
que se volvieron fascistas. Después de todo ésa es la historia del hombre que, virtualmente, inventó el término fascista, Benito Mussolini.
La voluntad de abrazar los valores igualitarios de plenitud, incluido el derecho que tiene toda clase de comunidades a ejercer su autonomía, en la estructura nacional política que acomoda la tolerancia de múltiples autonomías, es una posición políticamente difícil tanto de definir como de sostener. Pero es probablemente la única que ofrece alguna esperanza a largo plazo de que sobreviva la humanidad ♦
Opinión de Immanuel Wallerstein
(traducción de: Ramón Vera Herrera)
Otras fuentes e información relacionada en: La jornada